Las mieles del camino ancestral: un oasis apícola en la montaña

Eliézer Valecillos y Andrea Pérez abandonaron la ciudad y se instalaron en una finca merideña en el Camino Ancestral de Carrizal. Allí, con un profundo respeto por la naturaleza, cosechan miel y construyen su proyecto de vida

En lo alto de la montaña, en la finca Los Granates,  en El Carrizal, Mérida, un oasis dulce se levanta en el Camino Ancestral del Carrizal. Dos ingenieros forestales viven su sueño, un proyecto que lograron materializar con dedicación, trabajo y devoción. Entre el verde de ensueño de las montañas merideñas y una naturaleza abundante, se encuentra el apiario de Eliézer Valecillos y Andrea Pérez, dos venezolanos que nacieron, se criaron y se formaron en la ciudad, pero que decidieron establecerse en Los Granates para dedicarse a una vida sustentable, independiente, de tranquilidad y dulce, como la miel pura y sin pasteurizar que producen.

Eliézer, de 34 años de edad, y Andrea, de 32,  se conocieron en la Universidad de Los Andes (ULA). Fue en ese tiempo, mientras se convertían en ingenieros forestales, que afianzaron sus intereses en común y, movidos por la búsqueda de autonomía, decidieron abandonar el ajetreo citadino y adentrarse en las montañas merideñas para poner en práctica todo el conocimiento que recabaron en su etapa de formación académica y construir el hogar con el que siempre soñaron.

Eliézer Valecillos en su hogar, la finca Los Granates
Su casa en Los Granates está rodeada de árboles espesos y una frescura que impera a cualquier hora del día. El trayecto del camino ancestral que se debe cruzar desde la mucuposada El Carrizal para llegar a la finca lo adornan innumerables paisajes y una caída de agua que se camufla con las montañas. Eliézer ya conoce la ruta como si la hubiese recorrido siempre, a pesar de que nació en Maracaibo, estado Zulia, supo hacer suyas las profundidades del paraíso merideño al que convirtió en su hogar.

Sabe muy bien dónde pisar, el punto exacto en el que la tierra bajo sus pies suele ser más firme en tiempos de lluvia y ya domina los ascensos del terreno sin cansarse. Su gran pasión es la apicultura, específicamente la permapicultura, una técnica apícola que se basa en un profundo respeto por las abejas. Andrea comparte su pasión y respeto por la naturaleza. Juntos han construido su apiario y han aprendido sobre la cosecha de miel, su principal sustento. Su entrega se nota cuando hablan, siempre empeñados en enseñar a los visitantes sobre la labor de cría de abejas, la importancia de ser amables con el medio ambiente durante el proceso y cómo, entre ensayo y error, han alcanzado lo que tienen ahora: colmenas con más de 5.000 abejas africanizadas, la especie dominante en el país.

La permapicultura: trabajando de la mano de la naturaleza

Tanto Eliézer como Andrea sienten un gran respeto y admiración por la naturaleza y sus procesos. Ambos se muestran apasionados cuando explican cómo han sido las distintas etapas de trabajo con la cría de abejas y todas las horas de estudio que han invertido no solo para llevar adelante su proyecto apicultor, sino también para la siembra y la cría de animales, otra de las actividades que desarrollan en su hogar. Su éxito, consideran, está en el respeto por los recursos naturales con los que cuentan en el Camino Ancestral del Carrizal. Las abejas entre ellos.

Óscar Perone, experto apicultor argentino y propulsor de la permapicultura, la define como el arte de no hacer nada a las abejas, de ayudarlas para que ayuden a los seres humanos. Se estima que más de un millardo de abejas han desaparecido desde 2006 y algunos expertos consideran que podrían llegar a extinguirse a este ritmo, algo inviable si se toma en cuenta el funcionamiento de los ecosistemas que nos rodean.

Las abejas son piezas clave del engranaje natural y, al menos, un tercio de los alimentos que consumimos dependen directamente de su polinización. Es por ello que la permapicultura propone darle el mando a la naturaleza, consiguiendo la producción óptima de alimentos sin contaminar, en donde las abejas marcan su propio ritmo. Se trata, en definitiva, de respetarlas como seres que saben perfectamente hacer su trabajo. El permapicultor no interviene en las colmenas, logrando así reducir los gastos de explotación y alcanzando eficiencia productiva con resultados concretos, que van desde un aumento importante de la cosecha de miel, hasta una resistencia de las abejas al cambio climático y factor externos.

En el apiario de la finca Los Granates hay más de 5.000 abejas africanizadas
En la permapicultura simplemente se les da a las abejas las condiciones necesarias para que recuerden su instinto. Es un entendimiento de la colmena como una suerte de ser vivo, como un ser que permanece en el tiempo, durante los años y que tiene un potencial de desarrollarse, crecer y reproducirse. La colmena se dicta como un organismo vivo, completamente. En este proceso se respetan los ciclos de las abejas y se recoge la miel una vez que ese proceso ha culminado.

Óscar Perone, en un encuentro con apicultores del departamento colombiano de Cúcuta, en el año 2016, explicó los detalles de este sistema apícola. Una colmena tiene que estar completamente sellada e impermeabilizada para que no entre nada, porque se mantiene mejor la temperatura y eso es dejarlas estar en su hábitat; en la apicultura habitual, la colmena se daña si se saca toda la miel, porque esto mata a algunas abejas hijas.

Con la permapicultura se hace un corte horizontal contando tres cajones de madera a partir de arriba, de tal manera que en la parte inferior, en los otros tres cajones, queden las crías intactas. Esto presenta como ventaja una producción de miel pura que se puede comercializar directamente en el panal, agregándole valor a la colmena, la cual queda fortalecida con un núcleo formado por abejas hijas.

La miel que producen en la finca Los Granates
Para desarrollar esta técnica no se necesitan condiciones climáticas estrictas. Perone califica a las abejas como “una especie maravillosa que se ha adaptado a los más diversos ambientes en todo el planeta”. La colmena utilizada en la permapicultura es denominada Nicarao y se destaca por ser natural, sin implementos como alambres, cera estampada, entre otros. 

Como en la apicultura convencional, con la permapicultura se pueden desarrollar productos, pero con más pureza y calidad. Endulzantes, astringentes, dulces, champús, cremas, mascarillas, expectorantes, labiales, velas, mascarillas, jabones, cremas depilatorias. Eliézer y Andrea lo saben y recitan de memoria todas las posibilidades que tienen a su alcance con el apiario. No tienen duda de que, con la permapicultura, escogieron el oficio indicado.

“Todo me gusta. Desde cómo es el insecto, su biología, cómo se organiza. Para mí es el animal más sorprendente sobre la faz de la tierra. Es un oficio que te permite ser ecologista, está envuelto en una conservación del ambiente y también es rentable. Es un oficio que no está en contra de la naturaleza y es productivo”. La emoción de Eliézer marca el tono de su voz cuando habla sobre su trabajo.

Apiario de la finca Los Granates
En Venezuela, la mayor producción apícola se concentra en la región centro occidental, en los estados Anzoátegui, Guárico, Yaracuy, Portuguesa, Lara y norte del estado Bolívar. Aunque también, pero en menor medida, en los estados andinos. La producción en general es de 14 a 15 kilos de miel por colmena al año, un número también muy bajo, cuando otros países generan en promedio de 150 kilos de miel por colmena en el mismo periodo.

En el ámbito organizativo y legal, no hay una estructura central que genere políticas y controles en la producción apícola en el país; tampoco se cuenta con una legislación nacional que regule el ejercicio y producción. La labor que llevan a cabo Andrea y Eliézer en Los Granates ocurre al margen de esta situación, una práctica artesanal frente a los métodos apícolas tradicionales que priman en el resto del país.

El hogar y la familia como motor principal

Eliézer es delgado, ágil y lleno de vivacidad; Andrea, bajita y con una cabellera larga, es fuerte. Su casa es austera, como casi todas las que se encuentran en el camino ancestral, y recibe a los visitantes con la entrada llena de implementos necesarios para la apicultura. El punto de encuentro del hogar es la cocina, un espacio amplio con una estufa a leña que mantiene el calor dentro de la habitación, una mesa grande y un mueble de madera desgastada, atiborrado de libros, su principal fuente de conocimientos y donde han aprendido la teoría que han puesto en práctica tanto en la labor de la permapicultura, como en la siembra y el mantenimiento de la finca. 

Justo al lado de la cocina instalaron un pequeño laboratorio de apicultura donde procesan y preparan la miel para su posterior venta en los poblados cercanos. Es en ese espacio reducido, pero con los implementos que necesitan, donde Eliézer y Andrea pasan gran parte de su tiempo. El olor a miel lo impregna por completo y de vez en cuando una abeja se escabulle entre los materiales, como vigilante de lo que hacen con su producto.

Andrea Pérez y su hija, Amanoa
Es en ese hogar donde Andrea y Eliézer han experimentado y puesto en práctica la teoría que abunda en sus libros. Entre esas paredes Andrea fue la que diseñó y creó los trajes para la apicultura, una serie de overoles con sus respectivos cascos. En el proceso tuvo que probar con distintos materiales y comprobar cuál resultaba más resistente, enfrentando picaduras de abejas y malestares. El 8 de febrero de 2017 se instalaron definitivamente en Los Granates, y empezaron prácticamente desde cero, aprendiendo y formándose con la experiencia de la vida en el campo, pero no cualquiera, sino también a cargo de un apiario en medio de la montaña. Andrea tiene un sinnúmero de vivencias por contar. 

“Con las abejas muchas cosas nos han pasado. Recuerdo una vez que estábamos trabajando y aquí varias personas querían conocer el apiario, entonces les dimos todos los trajes. Antes, los velos de los cascos los hacíamos con tul, de una forma particular, y resulta que en medio de la jornada en el apiario al tul se le abrió un hueco pequeño, y me picó una abeja. Después otra, y otra, y otra más. Le dije a Eliézer que me tenía que ir y salí corriendo. En la noche me fui a dormir. Al día siguiente cuando me levanté tenía la mitad de la cara hinchada. Nunca en mi vida me había pasado eso. Después fue que empezamos a cambiar las telas. Aprendiendo paso a paso”.

Lo que más valoran de su estilo de vida es la autonomía que encuentran en el camino ancestral, en Los Granates. Aprender en casa, sentirse capaces de atravesar cualquier situación. Ambos están enamorados del campo, los mueve la autosustentabilidad, el hecho de que pueden sembrar y producir sus propios alimentos. La independencia, la experimentación, poner en práctica los aprendizajes que les dejó su carrera universitaria, llevar las riendas de su propio camino. Es lo que quieren para ellos y para su hija, Amanoa, quien ya tiene un año y dos meses acompañándolos en la finca y compartiendo sus rutinas de trabajo.

Eliézer Valecillos en el laboratorio que, junto con Andrea, construyeron en su finca
“Nosotros aquí nos planificamos y proyectamos algunas cosas. Aquí podemos generar ideas y verificamos si es posible. Hemos ido transformando todo esto y eso ha sido una tremenda experiencia. Con las abejas todo ha sido un experimento, hemos hecho ensayo y error. Si la cosa no nos salió, no importa, nos volvemos a levantar y lo volvemos a hacer. Eso nos ha hecho estar muchísimo más unidos como un hogar en el que sí podemos hacer las cosas. Yo creo que vamos bien”, dice Andrea con seguridad. Su vida en el camino ancestral y todas las enseñanzas que han recabado en esos terrenos no los cambiaría por nada. Su sueño es que Amanoa crezca entre los verdes abundantes y la vida que Eliézer y ella han ido construyendo juntos y que comparten con quienes se acercan a conocerlos y descubrir su oasis de calidez y de dulzura. Casi tanta como la de su miel cruda y sin pasteurizar que recoge el sabor de la naturaleza merideña. Esa es su Venezuela, la que han construido en su hogar y por la que trabajan a diario.

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Créditos   Dirección general: Génesis Herrera e Irelis Durand   Textos: Génesis Herrera   Edición: Irelis Durand   Fotografías y material audiovisual: Víctor Salazar   Concepto gráfico, desarrollo y montaje: Mayerlin Perdomo, Abrahan Moncada, José Daniel Ramos y  Rubén Martínez   Gráficos: Julián Castillo

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