Las mieles del camino ancestral: un oasis apícola en la montaña
Eliézer Valecillos y Andrea Pérez abandonaron la ciudad y se instalaron en una finca merideña en el Camino Ancestral de Carrizal. Allí, con un profundo respeto por la naturaleza, cosechan miel y construyen su proyecto de vida
Eliézer, de 34 años de edad, y Andrea, de 32, se conocieron en la Universidad de Los Andes (ULA). Fue en ese tiempo, mientras se convertían en ingenieros forestales, que afianzaron sus intereses en común y, movidos por la búsqueda de autonomía, decidieron abandonar el ajetreo citadino y adentrarse en las montañas merideñas para poner en práctica todo el conocimiento que recabaron en su etapa de formación académica y construir el hogar con el que siempre soñaron.
Sabe muy bien dónde pisar, el punto exacto en el que la tierra bajo sus pies suele ser más firme en tiempos de lluvia y ya domina los ascensos del terreno sin cansarse. Su gran pasión es la apicultura, específicamente la permapicultura, una técnica apícola que se basa en un profundo respeto por las abejas. Andrea comparte su pasión y respeto por la naturaleza. Juntos han construido su apiario y han aprendido sobre la cosecha de miel, su principal sustento. Su entrega se nota cuando hablan, siempre empeñados en enseñar a los visitantes sobre la labor de cría de abejas, la importancia de ser amables con el medio ambiente durante el proceso y cómo, entre ensayo y error, han alcanzado lo que tienen ahora: colmenas con más de 5.000 abejas africanizadas, la especie dominante en el país.
La permapicultura: trabajando de la mano de la naturaleza
Óscar Perone, experto apicultor argentino y propulsor de la permapicultura, la define como el arte de no hacer nada a las abejas, de ayudarlas para que ayuden a los seres humanos. Se estima que más de un millardo de abejas han desaparecido desde 2006 y algunos expertos consideran que podrían llegar a extinguirse a este ritmo, algo inviable si se toma en cuenta el funcionamiento de los ecosistemas que nos rodean.
Las abejas son piezas clave del engranaje natural y, al menos, un tercio de los alimentos que consumimos dependen directamente de su polinización. Es por ello que la permapicultura propone darle el mando a la naturaleza, consiguiendo la producción óptima de alimentos sin contaminar, en donde las abejas marcan su propio ritmo. Se trata, en definitiva, de respetarlas como seres que saben perfectamente hacer su trabajo. El permapicultor no interviene en las colmenas, logrando así reducir los gastos de explotación y alcanzando eficiencia productiva con resultados concretos, que van desde un aumento importante de la cosecha de miel, hasta una resistencia de las abejas al cambio climático y factor externos.
Óscar Perone, en un encuentro con apicultores del departamento colombiano de Cúcuta, en el año 2016, explicó los detalles de este sistema apícola. Una colmena tiene que estar completamente sellada e impermeabilizada para que no entre nada, porque se mantiene mejor la temperatura y eso es dejarlas estar en su hábitat; en la apicultura habitual, la colmena se daña si se saca toda la miel, porque esto mata a algunas abejas hijas.
Con la permapicultura se hace un corte horizontal contando tres cajones de madera a partir de arriba, de tal manera que en la parte inferior, en los otros tres cajones, queden las crías intactas. Esto presenta como ventaja una producción de miel pura que se puede comercializar directamente en el panal, agregándole valor a la colmena, la cual queda fortalecida con un núcleo formado por abejas hijas.
Como en la apicultura convencional, con la permapicultura se pueden desarrollar productos, pero con más pureza y calidad. Endulzantes, astringentes, dulces, champús, cremas, mascarillas, expectorantes, labiales, velas, mascarillas, jabones, cremas depilatorias. Eliézer y Andrea lo saben y recitan de memoria todas las posibilidades que tienen a su alcance con el apiario. No tienen duda de que, con la permapicultura, escogieron el oficio indicado.
“Todo me gusta. Desde cómo es el insecto, su biología, cómo se organiza. Para mí es el animal más sorprendente sobre la faz de la tierra. Es un oficio que te permite ser ecologista, está envuelto en una conservación del ambiente y también es rentable. Es un oficio que no está en contra de la naturaleza y es productivo”. La emoción de Eliézer marca el tono de su voz cuando habla sobre su trabajo.
En el ámbito organizativo y legal, no hay una estructura central que genere políticas y controles en la producción apícola en el país; tampoco se cuenta con una legislación nacional que regule el ejercicio y producción. La labor que llevan a cabo Andrea y Eliézer en Los Granates ocurre al margen de esta situación, una práctica artesanal frente a los métodos apícolas tradicionales que priman en el resto del país.
El hogar y la familia como motor principal
Justo al lado de la cocina instalaron un pequeño laboratorio de apicultura donde procesan y preparan la miel para su posterior venta en los poblados cercanos. Es en ese espacio reducido, pero con los implementos que necesitan, donde Eliézer y Andrea pasan gran parte de su tiempo. El olor a miel lo impregna por completo y de vez en cuando una abeja se escabulle entre los materiales, como vigilante de lo que hacen con su producto.
“Con las abejas muchas cosas nos han pasado. Recuerdo una vez que estábamos trabajando y aquí varias personas querían conocer el apiario, entonces les dimos todos los trajes. Antes, los velos de los cascos los hacíamos con tul, de una forma particular, y resulta que en medio de la jornada en el apiario al tul se le abrió un hueco pequeño, y me picó una abeja. Después otra, y otra, y otra más. Le dije a Eliézer que me tenía que ir y salí corriendo. En la noche me fui a dormir. Al día siguiente cuando me levanté tenía la mitad de la cara hinchada. Nunca en mi vida me había pasado eso. Después fue que empezamos a cambiar las telas. Aprendiendo paso a paso”.
Lo que más valoran de su estilo de vida es la autonomía que encuentran en el camino ancestral, en Los Granates. Aprender en casa, sentirse capaces de atravesar cualquier situación. Ambos están enamorados del campo, los mueve la autosustentabilidad, el hecho de que pueden sembrar y producir sus propios alimentos. La independencia, la experimentación, poner en práctica los aprendizajes que les dejó su carrera universitaria, llevar las riendas de su propio camino. Es lo que quieren para ellos y para su hija, Amanoa, quien ya tiene un año y dos meses acompañándolos en la finca y compartiendo sus rutinas de trabajo.