El hogar, la escuela predilecta

Acceder a la educación en el Camino Ancestral de Carrizal se volvió aún más complejo tras la pandemia. La casa se convirtió entonces en el espacio de formación posible

Yesenia Guerrero, de 14 años de edad, y su hermano Junior, de 12, ven a sus profesores aproximadamente cada mes y medio. En ese encuentro, que puede extenderse por un par de días, se revisan asignaciones, se aclaran dudas y se fija una nueva lista de tareas que deben entregar en la siguiente reunión, un mes y medio después. El ciclo se repite. Así ha sido el proceso de escolarización de los niños y adolescentes que viven en Santa María de Canaguá, Barinas, donde comienza el Camino Ancestral del Carrizal, durante la pandemia. 

Desde que el covid-19 llegó a Venezuela y se agravó la crisis de transporte asociada a la escasez de combustible, este es el plan que encontraron viable la institución y la comunidad. Los docentes no viven en Santa María, muchos son de la capital de Barinas, por lo que su traslado al plantel de la zona supone el primer reto que afrontar en la larga cadena de desafíos que implica brindar educación. La posibilidad de un seguimiento de clases en línea es completamente nula, pues no hay conexión a Internet que alcance los caminos del piedemonte barinés.

Yesenia Guerrero vive en Santa María de Canaguá, al principio del camino ancestral
Una vez que culmina el periodo de encuentro con los docentes y se completan las asignaciones, los niños y adolescentes, a la espera de una próxima reunión, se dedican a aprender las tareas del hogar, a preparar la tierra para la siembra y a controlar el ganado. Es así como, con el tiempo, y junto a sus padres, los hijos se convierten en miembros esenciales del trabajo familiar que les asegura sustento. 

Al despuntar el día en Santa María de Canaguá, Junior se calza sus botas de caucho y acompaña a su padre, Richard, a realizar la primera tarea de la jornada: el ordeño. Es observador y mientras dura la faena no intercambia muchas palabras con su papá, pero la sincronización de sus acciones revela que se trata de una rutina que se ha repetido durante muchos amaneceres. El jovencito de 12 años se mueve con agilidad entre las bestias, ni siquiera parece aturdirse por la ola resonante de mugidos que ya es parte de la musicalización natural de cada mañana. Mientras Richard llena los baldes desgastados con leche fresca, Junior prepara a las vacas y las separa de sus terneros para que su padre pueda continuar con su labor. 

Yesenia, mientras tanto, se encuentra en el huerto familiar recogiendo los ingredientes para el desayuno. Parte de la tierra que se le pega en los dedos y se aferra a sus uñas mientras recoge el ajoporro y el cebollín la ha trabajado ella misma. Conoce muy bien los pasos que debe seguir para limpiar y acomodar el terreno para la siembra, tarea que ha llevado a cabo en múltiples ocasiones con su madre, Gladys Gil, quien la espera en el calor de la cocina de la mucuposada Los Samanes, con la masa a base de harina de maíz ya lista y preparada para preparar unas arepas calientes y crujientes que servirán luego.

Tanto Junior como Yesenia han aprendido sobre estas labores en casa, bajo la guía de sus padres. Es la formación que reciben mientras su educación formal, la que le enseñan en los salones de clases, está en pausa.

Aprendizaje en riesgo

Carlos Cedeño, asesor educativo y miembro de la Red de Madres, Padres y Representantes, enfatiza que la distancia y los periodos lejos de las aulas, sin el seguimiento continuo de los docentes, ha impactado en el aprendizaje de los estudiantes de forma drástica, lo que tendrá consecuencias a mediano y largo plazo en la sociedad venezolana.

Además del deterioro en la enseñanza, para Cedeño el principal error está en creer que las escuelas son solo centros de aprendizaje para los estudiantes. A su juicio, las instituciones educativas proveen a los jóvenes de códigos sociales, los alejan de la delincuencia y ofrecen alimentación y protección a los más vulnerables en muchos casos. 

“Ningún plan de educación a distancia, por muy bueno que sea, sustituye las clases presenciales. Nunca se puede sustituir lo que trae estar dentro del aula (…) Cada día que un muchacho pasa sin clases en las aulas, es un tiempo en el que gana espacio la deserción escolar”, fue la sentencia de Carlos Cedeño.

De acuerdo con un informe sobre el cierre del año 2020 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en Venezuela, la pandemia afectó el derecho a la educación de aproximadamente 7,9 millones de estudiantes venezolanos como resultado del cierre de escuelas para prevenir la propagación del coronavirus. Se trata de una situación que no solamente ha afectado a los estudiantes, sino también a los docentes.

Si hay un grupo dentro del sistema educativo venezolano que ha sobrevivido a muchas condiciones adversas durante los últimos años es el de los profesores. Desde la llegada de la pandemia su situación económica empeoró y también la falta de inducción para mecanismos tecnológicos y  planes para las zonas que, como Santa María de Canaguá y el resto del Camino Ancestral del Carrizal, son de difícil acceso y no cuentan con red de Internet. Todo ello dificultó aún más su adaptación a las clases. 

En la actualidad los docentes devengan salarios de menos de 10 dólares al mes, de acuerdo con la tasa del Banco Central de Venezuela (BCV). Muchos renunciaron durante la cuarentena para dedicarse a otras labores que dejan más ingresos y su situación de sueldos precarios también produjo una serie de protestas, a pesar de las restricciones por la pandemia, para exigir al Ministerio de Educación (ME) un aumento justo.

Los docentes y alumnos son, sin duda, los principales afectados por esta modalidad de educación. Sin embargo, en esa cadena los padres o representantes también ocupan un espacio importante, pues les ha tocado asumir el rol de profesores sin contar, en muchos casos, con la formación requerida para enseñar. Es una situación que afectó a todo el país en distintas dimensiones y aún no ha cambiado.

El hogar como único espacio posible para la educación

Una vez que Santa María de Canaguá queda atrás en el camino ancestral, el acceso a la educación para las comunidades se complica aún más. Entre la tierra fértil y los paisajes únicos que envuelven a este trayecto, no hay planteles disponibles para que los niños y adolescentes se formen. Antes de la pandemia, cuando las instituciones se encontraban completamente habilitadas, si decidían asistir a las aulas de clases tenían que movilizarse hacia los poblados más grandes y cercanos de Barinas y Mérida, dependiendo de la zona del camino en la que habiten. La otra opción es educarse en casa, como actualmente se forman muchos de los niños y jóvenes que están creciendo entre estas montañas.
Una de las niñas que vive en El Palón
En El Ciénago, Mérida, Noel y Rafaela Avendaño, dueños de la mucuposada San José, han criado a sus 10 hijos. Actualmente los menores se forman en casa. Como Junior y Yesenia Guerrero, ambos cumplen tareas del hogar que tienen que ver con la siembra y la ganadería, pero a la par también aprenden mucho de lo que se enseña en los planteles. En su hogar han aprendido todo lo que saben. Escribir, leer, sumar, restar, criar ganado, ordeñar, limpiar terrenos, ubicar semillas y recoger la cosecha. Su hogar, su escuela, su mundo. 

La familia Avendaño trabaja acompasada. Cada quien sabe qué hacer y cuándo debe hacerlo, se mueven con tranquilidad y cuando llega la hora de la comida todos participan. Mientras la hija menor de la familia recoge las hortalizas del huerto, Rafael y Noel trabajan en la cocina entre el fogón de leña y una mesa de madera desgastada sobre la que pican los ingredientes. En ese tiempo el resto de la familia se ocupa del ganado y de dejar todo listo para sentarse a degustar los alimentos que han producido en sus propias tierras. En esa rutina de trabajo el aprendizaje está siempre presente.

Más allá en el camino ancestral, en la aldea merideña El Carrizal, solo hay un niño en edad escolar que con tan solo seis años de edad le pide a su padre, Fernando Alí Guerrero, que lo deje de llevar a la escuela, en Gavidia, porque no quiere abandonar su hogar en la mucuposada El Carrizal. Sin otros niños con los que convivir, la vida de Edward Guerrero transcurre entre acompañar a su papá en las labores del campo y estar con su mamá acompañándola en las tareas del hogar.

La rutina escolar de Edward es parecida a la de Yesenia y Junior. Sus padres deben salir del Camino Ancestral del Carrizal cada dos meses para llegar a un plantel en Gavidia, en donde una docente recibe las asignaciones listas y le pide algunas más para los siguientes dos meses. Una vez superado el viaje de regreso, cuando ya está en El Carrizal nuevamente, Edward debe desarrollar sus tareas con la ayuda de sus padres y ellos deben asumir el rol de profesores, hacerle seguimiento a sus avances y reforzar las áreas en las que tenga fallas. Este es el único plan educativo que Fernando y Lucrecia pudieron encontrar para su hijo.

En algún momento El Carrizal contó con su propia escuela, había una matrícula importante de estudiantes; sin embargo, la aldea se fue vaciando con el paso de los años. Las familias que hacían su vida allí decidieron migrar a las capitales del país o a grandes poblados que les permitieran tener una serie de comodidades con las que no se cuentan en este poblado del camino ancestral, como servicio eléctrico, señal telefónica o atención médica. Ante esta ausencia de alumnos, la escuela finalmente cerró sus puertas hace seis años. Ahora es simplemente una estructura deteriorada que guarda en su interior algunos vestigios de lo que llegó a ser en algún momento: pupitres rotos, pizarras vacías, puertas dañadas. Edward no pudo conocer lo que en algún momento fue la escuela en la que estudió su padre y parte de su familia, una de las dos que habitan El Carrizal en la actualidad.

Restos de los pupitres que alguna vez estuvieron en la escuela de la aldea El Carrizal
Fernando Alí, sin embargo, sí recuerda muy bien cómo fue su vida escolar. “Mi niñez fue muy bonita, como algunas experiencias que compartí con esos compañeros que había en ese momento. Jugamos fútbol, voleibol. En esa pequeña escuela estudié primaria, me fui formando”. El padre de Edward habla con nostalgia. Le habría encantado que su hijo hubiese podido vivir una experiencia parecida a la que él experimentó allí en El Carrizal. Ahora, él y Lucrecia han aprendido a buscar soluciones de otro tipo respecto a la educación de Edward, y su hija mayor, de 13 años de edad, quien se mudó a Barinas con su abuela materna hace siete años para formarse académicamente y darle continuidad a sus estudios. 

En El Carrizal, Fernando Alí produce miel de caña, queso, leche, caraotas, maíz y cría cerdos para la venta. Edward lo acompaña en todas estas labores y aprende de su padre, quien se empeña en enseñarle todo lo que sabe sobre el trabajo de campo, tal y como lo hizo su abuelo con él. Desde limpiar el terreno para las siembras, hasta el ordeño y la elaboración de queso. Es un aprendizaje diario con el que se prepara Edward para el futuro y que complementa las enseñanzas escolares que le brindan desde Gavidia cada dos meses.

Escuelas vacías

El Diagnóstico Educativo de Venezuela (DEV 2021), estudio liderado por la consultora DEVTech Systems y desarrollado en alianza con el Centro de Innovación Educativa (CIED) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), la firma de investigación de políticas públicas ANOVA y la Fundación Carvajal de Colombia, señala un “deterioro significativo de la educación en el país”.

La investigación, que cubrió una muestra de 394 escuelas en todo el país (85 % públicas y 15 % privadas-subsidiadas), se levantó entre noviembre de 2020 y mayo de 2021. El estudio indicó que para este 2021 la población estudiantil de primaria y bachillerato es de 6,5 millones, frente a los 7,71 millones que estaban inscritos en 2018. En los últimos tres años, el número de alumnos se redujo 15,6 %; es decir, 1,21 millones de niños y adolescentes abandonaron las aulas (unos 400 mil por año).

En cuanto al número de docentes, para 2021 la plantilla total alcanzó los 502.700 maestros, es decir, 166 mil profesores menos (25 %) que los 699 mil que trabajaban en las escuelas y liceos del país para el año 2018. Tanto en el caso de los alumnos como de los profesores, poco más de 40 % de los que desertaron emigraron del país.

En cuanto al acceso al transporte público, la mayoría de los estudiantes del país (83%) se traslada hacia sus escuelas “a pie”, mientras que 10 % utiliza el transporte público y solo 2 % va en el vehículo familiar. Menos del 2 % de las instituciones ofrecen servicio de transporte para estudiantes y menos del 1 % ofrece dicho servicio para los docentes. En el caso de los habitantes del Camino Ancestral del Carrizal, la única manera de trasladarse es caminando o en mula, lo que dificulta aún más el proceso de movilización.

Escuela que funcionaba en El Carrizal
Los niños y adolescentes que habitan a lo largo del camino ancestral viven rodeados de una naturaleza exuberante, paisajes únicos y tierras fértiles en las que, junto a su familia, han aprendido a crecer y a producir. Sin embargo, su estadía en medio de ese paraíso terrenal, como califican a esta ruta ancestral muchos de sus habitantes, dificulta aún más su acceso a la educación, situación que se agravó debido a la pandemia. Es así como su formación depende mayormente de lo que aprenden en casa y especialmente en el trabajo de campo que desarrollan con sus familias, además de los conocimientos que adquieren cuando reciben a visitantes en el camino ancestral que se animan a compartirlos con ellos. Se trata de un intercambio de enseñanzas que mantienen con los caminantes que descubren sus tierras, un aspecto que valoran inmensamente y que seguirán transmitiendo a generaciones futuras. 

Ramón Rivas, uno de los habitantes de El Palón, en el trayecto del camino que queda en Barinas, no tiene dudas de ello.

Nos alegra mucho cuando vemos gente que nos trae muchas enseñanzas. Porque motiva que nos enseñen, que vengan a visitarnos, que vengan a estos campos, que vean los paisajes”. El deseo es que descubran esta Venezuela, ávida de aprender y compartir. 

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Créditos   Dirección general: Génesis Herrera e Irelis Durand   Textos: Génesis Herrera   Edición: Irelis Durand   Fotografías y material audiovisual: Víctor Salazar   Concepto gráfico, desarrollo y montaje: Mayerlin Perdomo, Abrahan Moncada, José Daniel Ramos y  Rubén Martínez   Gráficos: Julián Castillo

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