La riqueza del Camino Ancestral del Carrizal: una Venezuela por descubrir

Ríos, bosques, verdes cautivadores. Este camino ancestral atraviesa paisajes venezolanos únicos que pueden conocer todos aquellos que se animen a recorrer rutas históricas. Sin embargo, el mayor valor de este sendero es el trabajo y la entrega de cada uno de sus habitantes

El cielo aún no aclara, el alba no termina de llegar, pero los habitantes de la aldea Santa María de Canaguá, en Barinas, ya se preparan para la faena del día. En la mucuposada Los Samanes, Gladys Gil cuela café y el aroma inunda la cocina. La leña de la estufa lleva rato ardiendo y el calor convierte el espacio en un refugio de la brisa mañanera. El budare está en su lugar y la masa de harina de maíz precocido reposa en un envase plástico. Comienza así el ritual del desayuno.
Gladys Gil preparando el desayuno en la cocina de su casa, la mucuposada Los Samanes
Richard Guerrero, esposo de Gladys, y Junior, su hijo de 12 años de edad, están en el potrero. Su jornada de ordeño comenzó antes de las 6:00 am, abriéndose paso con sus botas de caucho entre la boñiga y la maleza y cargando con sus baldes de metal. Junior es ágil, se mueve con facilidad entre los terneros y las vacas y se asegura de apoyar a su papá en la primera tarea del día. Mientras tanto, en el huerto familiar, Yesenia Guerrero, la hermana de Junior de 14 años, recoge ajoporro y cebollín para el desayuno. Las arepas ya están casi listas.
El Camino Ancestral del Carrizal empieza allí, en el hogar de Gladys y Richard, uno que adaptaron para recibir a viajeros interesados en recorrer el piedemonte barinés, atravesar lo más profundo de la selva merideña y llegar al páramo. En Los Samanes llegaron a recibir hasta 40 personas, se quedaban en carpas, pues la capacidad con la que cuentan es para 18.  Recibieron a senderistas de Aruba, Inglaterra, Cuba, Estados Unidos. La mayoría dejó plasmada parte de su experiencia en un escrito en el libro que la mucuposada destinó para ello, una suerte de depósito de recuerdos de una época mejor.

Tierras ancestrales y turismo rural

La Fundación Programa Andes Tropicales (PAT) fue fundamental en el proyecto familiar de Gladys y Richard, así como en el desarrollo del turismo rural de base comunitaria a lo largo del camino ancestral. Lo que nació en 1996 como un programa a favor de la protección de la diversidad biológica frente al avance del cambio climático y los impactos de origen antrópico en los Andes venezolanos, evolucionó a una iniciativa de turismo como alternativa económica sostenible para beneficio de las comunidades.

Su trabajo le permitió acceder a los Caminos Posaderos Andinos y lograr la conectividad necesaria entre los pueblos y aldeas con acceso vial y las comunidades distantes. Crearon servicios, productos, rutas y redes a través de caminos ancestrales que unían lo alto de los páramos merideños con los llanos de Barinas y las tierras llanas del Sur del Lago de Maracaibo, en Zulia.

El Camino Ancestral del Carrizal fue una de las primeras grandes travesías en las que trabajó la fundación, en lo que denominaron “Red de Caminos Posaderos Andinos”. Esa selección fue lógica, puntualiza Jayme Bautista, gerente de proyectos del PAT, puesto que este camino interconecta a Mucuchíes, desde el valle de Gavidia, con los llanos barineses, saliendo a Santa María de Canaguá, atravesando aldeas y parajes ecológicos únicos.

Iglesia en el Alto de la Aguada, Barinas
Para la época, toda esa vertiente del Parque Nacional Sierra Nevada tenía un líder natural, Mario Guerrero, quien apoyó plenamente a la fundación desde la aldea El Carrizal. Richard Guerrero y Fernando Alí, sus hijos, continúan con ese liderazgo actualmente y administran mucuposadas en esta ruta. 

Las mucuposadas surgieron de la necesidad de elevar la calidad de los servicios y de la importancia de aportar singularidad e identidad a esta región turística venezolana. Se trata de un emprendimiento, propio del turismo rural de base comunitaria, que ofrece servicios de alojamiento, alimentación e información desde una vivienda que es el hogar de una familia nativa o local. El modelo arquitectónico debe corresponder al perfil ecológico y cultural de su región y la calidad de los servicios se debe complementar con la calidez en el trato. Algo muy propio y diferenciador de los andinos, enfatiza Jayme. Desde una mucuposada se hace conexión con servicios de guiatura local, baquianos, transporte equino, y se asegura la interconexión a través de caminos ancestrales con otras mucuposadas para conocer a plenitud la región.

Nelson Avendaño es baquiano. Conoce el Camino Ancestral del Carrizal como la palma de su mano y lo recorre constantemente. Es callado, pero servicial. Su pasión es ser guía, oficio al que se ha dedicado durante 17 años. Con sus botas de caucho y después de haber preparado las mulas que cargan el equipaje, espera en silencio en el patio de la mucuposada de Gladys y Richard. Su vida está en el camino y en el turismo, enfatiza, aunque durante los últimos años, especialmente durante la pandemia por covid-19, ha tenido que reajustar sus rutinas y dedicarse casi por completo al trabajo de la agricultura. No siempre puede disfrutar de la compañía de viajeros, pero en su hogar en El Ciénago, Mérida, una de las aldeas del camino, goza de tierras fértiles y paisajes prodigiosos. Sonríe con dulzura, un gesto que se repite en el rostro de casi todos los que habitan entre aquellas montañas.

El equipaje de los visitantes que recorren el camino ancestral lo carga siempre una mula
Gladys, de 46 años de edad, recuerda con nostalgia la época en la que convivía con turistas continuamente. Cuenta que personas de diversas nacionalidades probaron su café, degustaron sus arepas y disfrutaron de su hospitalidad. De 2002 a 2008, aproximadamente, Gladys narra cómo fue que su familia tuvo su propia época dorada, pero de pronto la conversación se interrumpe por el estruendo de un trueno, como si el cielo hubiese entristecido por las anécdotas de un pasado que Gladys quisiera recuperar.

Así, tan solo un par de minutos después, cae sobre Santa María de Canaguá una lluvia torrencial de agua helada que hace vibrar el techo de zinc de la mucuposada Los Samanes. El golpear de las gotas sobre las láminas desvencijadas es tan fuerte que casi opaca por completo el sonido de la voz de Gladys, quien continúa explicando que ante la ausencia de viajeros, su familia se ha dedicado por completo al trabajo del campo, la siembra y el ordeño para hacer queso. Con ello cubren sus necesidades.

Horas después, la lluvia amaina. Nelson indica que es momento de avanzar, adentrarse en las montañas y recorrer los mismos caminos que antaño permitieron interconectar las culturas primigenias entre los altos llanos occidentales y los Andes; y que luego en la época colonial fueron las rutas de trashumancia y comercio entre comunidades locales. Son rutas que solo se pueden recorrer a pie o cabalgando sobre una mula. 

Entre colinas, calzadas llenas de barro y un sol tímido que poco a poco se abre paso entre un cielo nublado de mediodía, el camino conduce hacia la aldea El Palón. La casa de Ramón Rivas se alza sobre una loma de espeso verdor que destaca bajo un cielo azul resplandeciente. Los anfitriones, algunos cerdos y unas pocas gallinas, dan la bienvenida al pequeño patio de tierra. Ramón, sentado bajo la sombra del techo de zinc de su hogar, sonríe y recibe a los visitantes con unas sendas tazas de café oscuro. Amable, elocuente y gran conversador, Ramón celebra su vida austera lejos de las capitales venezolanas. Su felicidad la encuentra en el trabajo de campo y en los paisajes del camino ancestral, su hogar de toda la vida y donde quiere vivir hasta dar su último suspiro. Presenta solo una petición:

“Lleven a la ciudad este material, para que sepan que en estos lados hay mucha vida, mucho trabajo”. 

Jayme Bautista describe estos caminos como el sistema circulatorio de la andinidad. Abiertos, en su mayoría, por el indígena como primer poblador de los Andes, fueron aprovechados por todos los protagonistas de la historia venezolana. 

“Nuestros caminos cruzan la cordillera en todos los sentidos y nos interconectan con las entidades vecinas. Cruzar la cordillera enseña a valorar la grandeza de la naturaleza junto a la grandeza de quien, paso a paso y desde su pequeñez, puede llegar a donde su voluntad le lleve. Esto también nos enseña a medir nuestro impacto y nuestro verdadero papel como parte de la diversidad biológica”.

Ramón, de 51 años de edad, está más que convencido de esta grandeza natural que abunda en el Camino Ancestral del Carrizal. Resalta la belleza de sus paisajes, lo benévolo del clima, lo cristalino de sus aguas y la vegetación de sus bosques. 

Ganado de la familia Avendaño, en El Ciénago, Mérida
Más allá de El Palón se levanta un poblado pequeño llamado Alto de la Aguada, entre las montañas barinesas. Allí vive Modesta Monsalve, madre de Ramón, quien nació y creció en la misma casa donde vive actualmente a sus 67 años de edad. Es un hogar que se ha convertido en refugio de viajeros y locales que van de paso. Identificada en la fachada con las palabras “Familia Rivas”, además de la altura, 1.350 metros sobre el nivel del mar, la casa austera de Modesta es casi una parada obligatoria para quienes recorren estas rutas ancestrales. No hay electricidad, pero no falta la leña y el café bien caliente para ahuyentar el frío, que arrecia sobre todo durante las noches. Una vieja planta eléctrica es la que permite cargar los equipos de los visitantes.

Modesta es tímida ante la cámara y sonríe discretamente cuando se le preguntan datos personales. Su edad no es de las cosas que más le importan y la mayoría del tiempo está en silencio, atareada en la cocina. Durante la cena es que se siente más cómoda y narra cómo fue su niñez, su juventud. Confiesa que se casó a los 14 años de edad y desde entonces tuvo que hacerse cargo de la familia que formó poco después. Tiene ocho hijos, entre ellos Ramón, el mayor, y Raúl Rivas, quien vive con ella en Alto de la Aguada. El resto vive entre Barinas y Mérida. Su movilidad es limitada, la mayoría del tiempo lo pasa en casa, ese refugio en el que disfruta convivir con los huéspedes ocasionales. El objetivo es convertir la casa de Modesta en una mucuposada.

Aprendizaje compartido

Jayme Bautista señala que el turista actual es alguien con sensibilidad social y ambiental, con poder adquisitivo para invertirlo en este modelo turístico, que brinda un espacio para el protagonismo socioambiental. Describe el turismo rural de base comunitaria como un turismo recíproco, donde se intercambian experiencias y se nutre el espíritu. Se trata de un viaje en el que se comparten vivencias y todas las personas se igualan bajo el mismo cielo y en torno a una mesa, dentro del hogar de una familia. 

Con este tipo de turismo ecuestre la Fundación PAT ha recuperado la atención y la infraestructura en esta ruta; aunque la crisis alejó a los viajeros internacionales, asegura que están haciendo nuevos esfuerzos para que el turismo se reactive.

“Necesitamos que los venezolanos, como mercado natural, conozcan su país y apoyen estas iniciativas y estas rutas. Al hacerlo, otros se animarán”. Ese es su mantra. Esa es su apuesta. 

El turismo rural de base comunitaria, además, le ha permitido a la Fundación PAT incorporar acciones prácticas a favor de la diversidad biológica, los recursos y los servicios ambientales. A través de este tipo de turismo han estimulado la práctica de la agricultura climáticamente inteligente; apoyado la reintroducción y redistribución de rubros nativos en el medio rural que los tuvo y los perdió, seducidos por los rubros de ciclo corto, importados y dependientes de los agroquímicos. 

Jayme Bautista sostiene que los alimentos ancestrales aportan valor al turismo y representan un rescate de la agrodiversidad alimentaria frente al cambio climático, puesto que son rubros con mayor resistencia genética, mejor capacidad de adaptación y excelentes valores nutricionales, que en el futuro podrán elevar su valor comercial y, junto a la agroindustria en pequeña escala, reportar mayores y mejores ingresos a las comunidades campesinas.

Naturaleza y hospitalidad en abundancia

Tras dejar atrás Alto de la Aguada, el camino continúa hacia El Ciénego, donde Noel y Rafaela Avendaño, dueños de la mucuposada San José, reciben a los caminantes. Su casa se encuentra en el medio del valle de la zona. Un paisaje de sumo verdor y de gran belleza, bordeado por grandes y altos árboles que se ven espesos a la distancia. No hay electricidad, pero sí agua y hospitalidad en abundancia. Su hogar es abierto y el escenario natural que lo rodea parece colarse por cada vericueto. Los ruidos de la naturaleza son los que acompañan la jornada. Mugidos, cacareos y ladridos componen la melodía de sus días.

Noel y Rafaela se muestran tímidos al principio, pero se sueltan con naturalidad cuando hablan sobre las tierras que habitan. Tienen 20 años con la mucuposada y una vez que se formaron con la Fundación PAT, se enamoraron por completo de la labor turística. Las paredes de su hogar han refugiado a cientos de viajeros, personas que compartieron sus vivencias, vivieron el Camino Ancestral del Carrizal y forjaron recuerdos dentro de su hogar. Desde hace cuatro años no reciben a turistas de forma constante, por lo que invirtieron ese tiempo en el trabajo de la agricultura, sembrando, consumiendo y vendiendo sus productos.

Rafael Avendaño, habitante de El Ciénago y dueño de la mucuposada San José
Su más grande anhelo es que cientos de viajeros vuelvan a recorrer sus rutas, encontrándose con la tranquilidad, la naturaleza y con ellos, que están más que dispuestos a atenderlos y guiarlos entre tanta riqueza natural. 

Cuando cae la noche y acompañados del brillo de cientos de luciérnagas, a las que llaman candelillas, Noel y su hijo Juan se preparan para brindar un concierto al son del violín y del cuatro. Noel aprendió a tocar el instrumento por su cuenta, se las arregló para que le llevaran el violín hasta El Ciénago y allí se quedó. Su hijo también aprendió a tocar en casa. El repertorio abarca desde merengues hasta música llanera. Despiden el día con la alegría que los caracteriza, deseando que las visitas se multipliquen y que no sea uno, sino muchos conciertos los que contrasten con el compás nocturno de la más pura naturaleza que los rodea.

Cuando amanece, comienza nuevamente el trayecto. La ruta se hace cada vez más espesa y al cruzar varios puentes colgantes que se alzan sobre sendos ríos que atraviesan las montañas merideñas, ya se sabe que la aldea El Carrizal está cerca. Al llegar, algunos de los habitantes de la aldea, todos miembros de una de las dos familias que viven allí, esperan en medio de las estructuras centrales del poblado, una iglesia antigua que permanece cerrada, unas cuantas casas muy austeras y una escuela clausurada desde hace seis años.

Uno de los puentes colgantes típicos del camino ancestral
Fernando Alí Guerrero Espinoza y su esposa Lucrecia reciben a los visitantes en la mucuposada El Carrizal. Levantaron su hogar en esta aldea, lugar donde Alí nació y creció, y donde están criando a sus hijos menores. Su familia es una de las dos que actualmente se mantiene trabajando y viviendo en El Carrizal. Fueron testigos de cómo numerosos grupos familiares abandonaron la aldea para migrar a otras regiones del país. Ellos persistieron. 

La realidad de esta familia es la misma que ha marcado a quienes forman parte de la red de mucuposadas del camino ancestral. Mermó el turismo y tuvieron que dedicarse al trabajo de campo para sustentarse. Actualmente viven del ordeño de vacas, la producción de miel de caña, la cría de cerdos y el cultivo de caraotas. Muchos de estos productos Fernando Alí los vende a locales y comerciantes independientes en Mucuchíes, con lo que generan ciertos ingresos económicos.

Sus hijos de uno y seis años son los únicos niños que viven en El Carrizal, pues la hija mayor, de 13 años de edad, vive en Barinas con su abuela materna. Fernando Alí, junto con hermanos, sobrinos y primos, mantienen con vida a El Carrizal, que se alza en lo alto de una gran colina, a su vez escudada por una cadena de montañas altas y de un verde muy espeso. Añoran el turismo. Especialmente el aprendizaje mutuo del encuentro con otras personas, compartir ideas, conocimientos, enseñarles cómo es su estilo de vida en el campo, donde quieren permanecer siempre.

Fernando Alí describe su vida en El Carrizal con palabras simples, pero cargadas de un gran significado. Armonía, felicidad, paz, tranquilidad, todo lo que asegura que encontrarán a lo largo del camino ancestral, una ruta llena de paisajes únicos y personas cálidas, pero sobre todo trabajadoras.

Susana Rodríguez, de 32 años de edad, lleva buena parte de su vida recorriendo rutas y descubriendo las montañas venezolanas. Es ingeniera forestal, guía turística y magíster en Botánica Neotropical. Parte de su trabajo en los últimos años ha sido reactivar la ruta turística de El Camino del Carrizal, por lo que da fe de la labor de las comunidades del camino. Una travesía que describe llena de nuevos universos, en la que se descubre siempre algo nuevo en cada poblado, compartiendo con sus habitantes y formando parte de sus rutinas. 

Susana Rodríguez, ingeniera forestal, guía turística y magíster en Botánica Neotropical
Ha convertido la montaña en su estilo de vida y lo comparte con quienes se aventuran a viajar a su lado, descubriendo y redescubriéndose a sí mismos durante cada vivencia en este camino ancestral. Con su trabajo apoya el turismo rural y también se dedica a formar a los habitantes de estas comunidades en el ámbito turístico. Su meta es que ellos exploten al máximo su potencial como anfitriones y pequeños empresarios y que los venezolanos puedan conocer estas rutas, acercarse a su historia y, así, contribuir con el trabajo de estas familias, que convirtieron sus hogares en la casa de todo aquel que quiera dejarse seducir por la belleza natural que abunda en El Camino Ancestral del Carrizal.

Las mieles del camino

Eliezer Valecillos y Andrea Pérez, una pareja citadina que dejó todo para empezar de cero en una finca en Los Granates, en El Carrizal. Quedaron prendados de los paisajes y las tierras fértiles en lo recóndito de las montañas merideñas. Tras algunos años de relación y después de explorar sus posibilidades, estos ingenieros forestales decidieron que su vida, su trabajo, y su felicidad, estaba entre aquella espesura. Susana los apoyó, y no solo eso, se asoció con ellos en la labor quizás más inesperada y maravillosa que tiene lugar en estas sendas ancestrales: la permapicultura.

Su carrera universitaria les permitió adquirir innumerables conocimientos teóricos, pero ambos estaban desesperados por aplicar ese conocimiento en la práctica y lo hicieron para establecer sus bases en Los Granates, con la permapicultura como objetivo. Llegaron a ella gracias al dueño anterior de la hacienda, Gonzalo Uzcátegui, quien comenzó con el proyecto apícola y se lo heredó a Eliézer y Andrea. El 8 de febrero de 2017 dejaron la ciudad de Mérida y se instalaron oficialmente en su nuevo hogar, donde se dedican de lleno a esta práctica, una forma sustentable y con mínima intervención humana para la cosecha de la miel. 

Con este sistema ecológico y que acata los procesos de producción de las abejas africanizadas, con las que trabajan, se garantizan su sustento: producen y venden miel de abeja cruda, densa y sin pasteurizar. Conocer su granja apícola y aprender sobre los procesos que llevan a cabo también es parte del Camino Ancestral de Carrizal.

Eliézer es atento y apasionado cuando habla sobre la permapicultura y lo que han logrado con sus más de 5.000 abejas. Andrea lo complementa con su creatividad y entereza. Ambos han llevado adelante un proyecto único en esa región, a la par del acondicionamiento de su finca y la crianza de su hija, Amanoa, de un año. Sin acceso a Internet, inexistente en este camino, apoyándose solo en los libros que descansan en un pequeño mueble de madera en la cocina de la finca, han perfeccionado sus métodos de trabajo con las abejas y también con sus cultivos.

Abrazan su independencia y su evolución.

Más allá de Los Granates, el camino se abre hacia el páramo merideño, cruzando Los Morritos y llegando a Micarache, donde el paisaje es de una belleza que puede dejar sin aliento a quien la admire.

Entre rutas y montañas, alejados de ciudades y grandes poblados, los habitantes del Camino Ancestral del Carrizal han construido su propia versión de país. Independientes, sustentables, luchadores, pero por sobre todas las cosas, trabajadores, han forjado una pequeña Venezuela de amabilidad y respeto por la naturaleza. Se trata de una ruta que está al alcance de todo aquel quiera recorrer senderos y aventurarse a conocer una Venezuela que parece suspendida en el tiempo, un territorio aislado, pero capaz de llegar a ser tan dulce y tan vigorizador como una buena cucharada de miel cruda, sin pasteurizar.

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Créditos   Dirección general: Génesis Herrera e Irelis Durand   Textos: Génesis Herrera   Edición: Irelis Durand   Fotografías y material audiovisual: Víctor Salazar   Concepto gráfico, desarrollo y montaje: Mayerlin Perdomo, Abrahan Moncada, José Daniel Ramos y  Rubén Martínez   Gráficos: Julián Castillo

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