El país que aguarda en el camino ancestral
Desde Santa María de Canaguá, en Barinas, hasta el páramo merideño, diversas familias venezolanas viven pletóricas, al margen de las precariedades que abruman al país y que no dejan de afectarlas, convencidas de que no hay mayor felicidad que despertarse en medio del camino ancestral. Respirando el aire fresco que abunda entre los bosques y disfrutando del agua clara que les brindan sus ríos y quebradas; comenzando su jornada cuando el amanecer despunta y terminándola bajo la luz de las estrellas que parecen observarlos desde un cielo que se aprecia a plenitud.
Su devoción por Venezuela es casi palpable. Cuando describen sus rutinas, cuando agradecen vivir entre sus montañas, cuando reciben a los visitantes en sus hogares y comparten enseñanzas con ellos. No ahondan en sus tristezas ni se preocupan demasiado por evocar un pasado que pudo ser mejor. Sus esperanzas están puestas en el presente, en velar por la productividad de sus tierras y en dar a conocer su perspectiva de una vida sencilla, pero llena de placidez y de júbilo por haber nacido donde lo hicieron.
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Casi todos los venezolanos que habitan el camino ancestral nacieron y se criaron allí, trabajando sus tierras desde muy pequeños. Conocen muy bien cada trayecto del camino y saben desde qué punto de las montañas se observa el paisaje más sorprendente. No hay animal de la zona que no hayan visto y se han bañado en las aguas heladas que bajan desde las cumbres más altas, unas que no están dispuestos a abandonar.
Son esas tierras ricas donde han encontrado el sustento que no les ha faltado y una paz que, aseguran, no existe en ningún otro rincón de Venezuela. Saben que el país ha atravesado y sigue cruzando una senda de múltiples dificultades, pero solo tienen agradecimiento para Dios por permitirles tener su hogar sobre terrenos tan fértiles. Su deseo compartido es que los venezolanos puedan disfrutar de una Venezuela como la de ellos, donde abunda la calidez, el respeto por los demás y por la naturaleza, el amor, la abundancia, la felicidad y el valor. Que descubran que el país es mucho más que las situaciones negativas y que allí, ocultos en medio de las montañas de los Andes, hay también una Venezuela que quiere ser descubierta y valorada.
El camino es de sus habitantes, pero también será de quienes lo visiten.
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Quiero estarme en ti…
Quiero estarme en ti, junto a ti, sobre ti, Venezuela.
pese aún a ti misma.
Quiero quedarme aquí, firme y siempre, sin un paso adelante, sin un paso atrás.
He de amarte tan fuerte que no pueda ya más,
y el amor que te tenga, Venezuela,
me disuelva en ti.
Quiero ser de ti misma, de tu propia sustancia,
como roca;
o quizá echar hondas, infinitas raíces,
enterrarme los pies como árbol
y plantarme en ti, de tal modo
que no me conmuevan.
Bien podrás darme cieno a beber,
y, cuando yo te humedezca de sudor, contestarme
con tus áridos cardos como sola comida.
O quizá se te ocurra flagelarme la cara
con tus brisas, con tus lluvias más frías.
O tal vez concentrar en mis corvas espaldas
tu sol lacerante.
Aunque seas mala madre,
estaré adherido a ti, Venezuela,
adherido de amor;
y subirme sentiré, de ti, buena o mala,
tu vida propia, como savia.
Antonio Arráiz
Parsimonia (1932)